Por: María Angelina Silveyra Baquedano
Antes de ser mamá piensas que nada de lo que comentan a tu alrededor te va a pasar. Tu SÍ vas a educar bien a tus hijos, jamás te harán un berrinche porque tu SÍ sabes como parar con ello. Cuando te enteras que vas a ser mamá te abordan otras muchas dudas y otros muchos miedos y en lo que menos piensas es en que algún día esa bolita de carne tan indefensa se te va a tirar al piso gritando descontrolado o peor aún, te va a soltar un manotazo enfrente de tu suegra o de algún juzgador que te haga sentir fatal. Y es hasta ese momento cuando caes en cuenta de que tu hijo clama por su autonomía, empieza a formar su independencia y a percibirse como un ser humano ajeno a mamá y ni tú, ni él estaban preparados para esta debacle de emociones que los abruma. Y es entonces cuando viene el tan sonado “hay que ponerle límites que si no se te va a subir a las barbas” o el: “una nalgada a tiempo te va a evitar mucho desgaste” y te cuestionas todas las creencias que hasta hoy parecían tan claras.
Los límites conductuales tienen mala fama. Pareciera que es una imposición o una manera de demostrar control y autoridad ante propios y ajenos, cuando en realidad es una manera estratégica de poner a nuestros hijos a salvo de peligros, de fomentar su seguridad, su autoconcepto y de darles herramientas tempranas para lograr una correcta adaptación al medio social. Aún nos topamos con muchísima gente que confía y defiende los estándares antiguos, pero es un buen momento para saber y reconocer que aunque, la nalgada funcione (debo aceptarlo), actualmente hay otras alternativas que además de brindar esa estructura, nos ayuda a forjar un vínculo afectuoso, con mutua comunicación asertiva y sobre todo en un ambiente cálido y respetuoso entre chicos y grandes.
Hoy en día mucho se escucha de crianza con apego y disciplina positiva y es que cuando les hablo de límites, me refiero a guiar y educar al niño con la finalidad de dejarle muy claro lo que esperamos de él, lo que puede ponerlo en riesgo y sobre todo como poder comunicarse y conducirse asertivamente, lo cual se traduce en relaciones sociales sanas con todo el que lo rodee. Si logramos traducir estos límites de manera positiva vamos a lograr establecer una serie de reglas que los niños van a querer seguir por convicción propia y no “porque lo digo yo”.
Hasta aquí todo suena muy fácil y práctico ¿no?, ¿Pero como comenzar?. No puedo dejar de mencionar que es un proceso largo y frustrante, la buena noticia es que si se puede. El proceso nos implica una enseñanza profunda y consciente, mucha tolerancia a la frustración mucha práctica y toda la intención de cambiar lo pre-establecido. Te garantizo que el objetivo es gratificante. Ver como ellos comprenden y asimilan de forma interna el porqué de las cosas, estructuran y aceptan sus propias consecuencias, aprenden el camino de la autorregulación y la asertividad, es muy emocionante y nos brinda esa tranquilidad tan necesaria.
Estoy segura que ya estás ávida de saber cómo empezar. La mala noticia es que no hay receta, instructivo, ni algoritmo, pero si empiezas por aplicar estas premisas seguro tendrás mejores resultados.
- Establezcan previamente las reglas del juego:
Dejen los límites para ver la televisión, jugar, el momento de hacer la tarea, ordenar su cuarto, la hora de ir a dormir, orden de las actividades, etcétera.
- Pongan límites en conjunto: ¿Cuál crees que debe ser la consecuencia a esto?
Cuando los niños son tomados en cuenta, se muestran más dispuestos y colaboradores. Además de que fomentamos la reflexión y la autoevaluación.
- Subrayen lo que no está permitido.
Hay ocasiones en que los niños no pueden participar en la toma de decisiones o que simplemente no se pueda tomar su opinión. Ejemplo: insultar, pegar, agredir, robar, morder, ir a la escuela, comer, sentarse en el autoasiento, jugar con fuego o tocar los enchufes, entre otros.
- Practicar y practicar y practicar la comunicación asertiva:
«¿Quieres comer?» vs «Hay sopa y arroz ¿cuál quieres?».
«¿Qué no ves que eso duele?» vs «Me duele cuando me pegas».
«¿Puedes dejar de saltar en el sillón?» vs «Salta en el piso en vez del sillón».
«¿Cuántas veces tengo que decirte?» vs «¿Recuerdas lo que te pedí?».
«¿Por qué no te has cambiado?» vs «¿Qué te falta para podernos ir?».
- En vez de castigar otorga consecuencias congruentes y conjuntas.
¿qué pasó?, ¿cuál era el acuerdo?, ¿cómo podemos resolver?
- Determina las consecuencias recurrentes estratégica y claramente:
«Cada vez que peleen por un juguete se va a la bolsa de donaciones».
«Lo que rompas lo pegas o lo pagas».
«El horario de tarea es de 3 a 5, después cerramos cuadernos».
«Lo que ensucias lo limpias».
«Si insultas/pegas nos retiramos».
- Valida sus emociones:
“Entiendo que estés enojado pero dilo respetuosamente”.
“Te entiendo pero mi punto de vista es este”.
“Sé que te puedes sentir frustrado, pero la respuesta es no”.
“Llorar es válido cuando estamos tristes o frustrados, cuando termines podemos platicar”.
“Confío en que sabrás encontrar una solución útil”.
En todo momento deben estar presentes los siguientes mensaje: “Sé que puedes, por eso te enseño y como sé que te cuesta trabajo, te lo aprecio y reconozco”.
¡Manos a la obra!, seguro hay mucho que pensar y reflexionar.
María Angelina Silveyra Baquedano
Maestra en Educación Especial y Necesidades Educativas Especiales por la Universidad de Guanajuato.
Licenciada en Comunicación Humana egresada de la Universidad de las Américas.
Directora y fundadora de la Asociación Civil Educación Especial MAS+. Centro Escolar y Terapéutico desde hace 9 años.
Actualmente participa en Autismo Ciudad de México.
Ponente y capacitador en varios foros de Educación Especial y participa activamente en el Laboratorio de Investigación de Educación Especial MAS+
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