Por: Psic. Omar Arispe Peláez
Director de El Espacio Azul
Siempre que me piden una recomendación de algún libro para comprender el Trastorno del Espectro Autista de manera “poco complicada”, les sugiero “El Principito” ya que Einstein decía “Si no puede explicarlo de manera simple, es porque no lo ha entendido lo suficiente”.
En mi infancia conocí ese pequeño libro llamado El Principito. Lo leí y en ese momento no fui capaz de comprender el diálogo que sostiene el zorro con El Principito en el capítulo 21, tampoco pude captar la esencia del gran secreto que el zorro le regala al Principito al final de dicho capítulo. Con el paso de los años, llegaron libros que nos hacían leer en la escuela y para mi sorpresa El Principito volvió a figurar como lectura obligada.
Al terminar mis estudios, Autismo fue la primera palabra que aprendí a reconocer como algo inherente al lugar que me albergó; en este lugar tuve mi primer acercamiento con personas que presentan estas características y eso definitivamente me impactó, sobre todo por el total desconocimiento del tema, que nunca fue incluido de manera amplia en la facultad y sólo era mencionado como algo que existía en algún lejano lugar.
Aquí hago referencia de algunos capítulos, sin minimizar a los 27 capítulos que conforman dicho libro, que hablan y describen las difíciles y complejas que pueden llegar a ser las relaciones humanas.
En el capítulo 8, El Principito conoce una rosa que había germinado de una semilla cuya procedencia desconocía, llegó a decir que esa flor era muy complicada y era muy quejumbrosa. A pesar de amar a su rosa no supo comprender su ternura tras sus inocentes mañas. Así describe el Principito su relación al conocer y convivir con su rosa. Justo me pasó al conocer a estas personas con Espectro Autista.
Aprendí que a pesar de apoyarlos a lograr sus metas, en última instancia lo que quería era que ellos pudieran estar sin supervisión constante, por la simple razón de que la vida no provee mi estancia eternamente -ya lo había comentado el geógrafo con el Principito en el capítulo 15 cuando estuvo en ese sexto planeta- somos efímeros, siempre nos hallamos amenazados por nuestra próxima desaparición; también las flores son efímeras y no cuentan más que con cuatro espinas para defenderse del mundo. Comprendí al convivir con ellos, que mientras dure su existencia terrenal, pueden encontrar significado y orden en su mundo para incluirse de manera práctica en una sociedad.
Aprendí que a pesar de apoyarlos a lograr sus metas, en última instancia lo que quería era que ellos pudieran estar sin supervisión constante…
Cuando El Principito llegó al quinto planeta (capítulo 14), consideró ese lugar muy raro donde sólo había un farol y un farolero. En veinticuatro horas vio mil cuatrocientas cuarenta puestas de sol pues cada minuto se prendió y apagó el farol. Cuando El Principito preguntó la razón de dicho comportamiento -prender y apagar constantemente-, el farolero le respondió que eso era su consigna y que no había nada que comprender, la consigna era la consigna. Ese comportamiento le pareció extraño a nuestro viajero, pero al habitante de ese planeta no le parecía nada extraño…esa era su consigna. Este comportamiento repetitivo y estereotipado hizo pensar al Principito que el farolero seguramente sería menospreciado por los otros, sin embargo, era el único personaje que no le había parecido ridículo. Aun cuando su trabajo era rutinario, el principito veía que su trabajo tenía sentido y le era útil. Así comprendí el STIMMING.
No basta tener buenas intenciones para hacer frente a los problemas de conducta que surgen durante la jornada en el planeta trampa, se necesita fundamentos teóricos e información necesaria para su aplicación. Eso me hizo recordar que en el relato de mi infancia hay un momento de frustración por parte del piloto provocado por la inquietud e insistencia del Principito para que le dibujaran un cordero en el capítulo 2. El piloto no sabía dibujar corderos y se concretó a repetir uno de aquellos dos únicos dibujos que sabía hacer: el de la boa cerrada. Ese dibujo no le servía al Principito (un elefante dentro de una boa) el necesitaba un cordero. El piloto dibujó lo que el niño pedía y tampoco le gustó porque era un cordero enfermo. De nuevo el piloto intentó otro dibujo y recibió una observación por parte del Principito, este tercer dibujo realizado no era un cordero, era un carnero, pues tenía cuernos. El siguiente dibujo también fue rechazado porque ese cordero era muy viejo. Agotada la paciencia del piloto, dibujó una caja y le explicó de manera concreta que el cordero que quería estaba adentro. Para su sorpresa, el niño quedó complacido pues esa caja servía de casa para el cordero, el cordero era del tamaño apropiado para su pequeño planeta y no importaba a dónde vaya, el cordero no podría ir muy lejos. De esta manera se disipó la insistencia del personaje por un dibujo, resolviendo su petición a partir de su perspectiva y necesidad tanto operativa como funcional.
El capítulo 4 nos dice: “Cuando se habla de un nuevo amigo jamás preguntan lo esencial, jamás inquieren: “¿Cómo es el timbre de su voz? ¿Cuáles son sus juegos preferidos? ¿Colecciona mariposas?” sino se preguntan: “¿Qué edad tiene? ¿Cuántos hermanos tiene? ¿Cuánto pesa? ¿Cuánto gana su padre?” Y cuando obtienen las respuestas a estas preguntas, creen que ya conocen a las personas. Si decimos a los adultos: “He visto una bella casa de ladrillos rosas, con geranios en las ventanas y palomas en el techo…”, ellos no logran imaginarse dicha casa. Hay que decirles: “He visto una casa de cien mil francos”, y sólo así exclaman: “¡Qué hermosa!”. Gracias a eso, dejé de creer que ellos eran personas que estaban apartados del resto del mundo, absortos en sí mismo, que eran intolerantes y manipuladores, dejé de generalizar y derrumbar falsas imágenes que las películas y series me habían dejado como referente al tema.
Debo confesar que cuando empezó este viaje, sólo lograba ver y percibir lo oscuro, lo malo, lo que falta, lo que sobra, de lo que desconfío, en lo que no creo, lo que no se puede, lo difícil, lo imposible. Como fueron pasando los años, encontré el placer y el gozo por estar ahí. Ahí encontré sentido a mi profesión y comenzó el disfrute de convivir con ellos, dejé atrás el martirio y suplicio por “los autistas” y entendí que son personas y no un conjunto de síntomas y patologías.
Entendí que todos tenemos una manera diferente de aprender, sólo requerían un diferente estilo de aprendizaje con sus debidas necesidades individuales y adaptaciones necesarias. Conocer y no sólo suponer ayudó a generar las condiciones adecuadas para que nuestra convivencia fueran lo más enriquecedoras posibles; pues ni todos los terapeutas somos iguales (a veces ni semejantes), ni todos los chicos requieren el mismo grado de apoyo. Estos años no fueron fáciles, han requerido un gran esfuerzo de mi parte por entender el Espectro Autista y ver que día a día se trabaja en el tema para llevar a todos –seamos profesionistas en el área, personas que viven con la condición, activistas o padres de familia que tienen un hijo con Autismo– lo mejor en contenidos actuales, de interés innovador y con propuesta objetiva, que en definitiva ayuda a cambiar la percepción del TEA entre quienes queremos llegar a un horizonte donde la inclusión y el respeto por las personas con alguna condición sean posibles. Teniendo claro que nosotros pasamos por este planeta, pero nuestros aportes u omisiones dejarán un legado y crecerán como rosales o serán desechadas como baobabs (Capítulo 5).
Conocer y no sólo suponer ayudó a generar las condiciones adecuadas para que nuestras convivencias fueran lo más enriquecedoras posibles.
Mi encuentro con el Zorro
Y entonces apareció el zorro.
– ¡Buenos días! – dijo el zorro
-Buenos días- respondió el PERATEUTA y enseguida reconoció al personaje de su infancia.
-Te conozco- dijo el PERATEUTA-. A lo largo de mi vida personal y profesional me has acompañado y a pesar de que yo no quiero jugar contigo, entendí la importancia de estar domesticado, de “crear lazos”. Entendí gracias a ti que yo sólo era un PERATEUTA parecido a cien mil PERATEUTAS que egresan cada año y que ellos no me necesitan, y yo no los necesitaba pues no eran para mi más que unos entre cien mil síntomas y patologías. Me bastaron algunos años para crear un lazo y necesitarnos el uno al otro. Tienen nombre y rostro (Luis Héctor, Israel, Yahir, Gaby, Plata, Martín, Alejandro) y no sólo una persona con Autismo.
¿Qué significa ser PERATEUTA? -dijo el zorro-. Pareciera que no estás convencido de tu papel como terapeuta.
-Es posible- dijo el PERATEUTA– Por mucho tiempo no creí en lo que hacía o estudiaba y mi vida se volvió monótona, al llegar al planeta Au, mi vida comenzó a tener sentido, conocí a personas que me obligaron a salir de mi zona de confort y empecé a comprender que sólo se conocen bien aquellas cosas que se domestican…con quien se pueda crear lazos. Tuve que ser paciente y observar para poder acercarme poco a poco a mis nuevos amigos; me enseñaron a ser concreto ya que a veces, las palabras pueden ser fuente de malentendidos.
¿Qué significa ser PERATEUTA? -dijo nuevamente el zorro- Tú eres un terapeuta, un terapeuta que entendió que los ritos son imprescindibles y fomentó un orden y facilitó que un día sea diferente de los demás, y una hora de las otras…tú eres un terapeuta y como tal, debes nombrarte.
-Efectivamente lo soy- dijo por fin el terapeuta de manera convencida-. También es hora de partir, de terminar un ciclo en el planeta Au y aceptar por fin la separación, es posible que me sienta triste y será mi culpa sentirme triste pero aun así logré ganar mucho.
¿Qué ganaste? -dijo el zorro.
-Conocerte…tú eres mi zorro- dijo el terapeuta- Eres ese zorro que se manifestó en ellos, me hizo ver de nuevo a las personas que habitan este “planeta” y conocerlas por su nombre y no por su patología. Conocer su historia de vida y no sólo los síntomas que encuadran su trastorno y comprender que ellos son únicos en el mundo. Qué no necesito de reyes que reconozcan mi capacidad porque mi capacidad como terapeuta no puede estar en duda.
-Comprendiste entonces que somos únicos -añadió el zorro-. Fuiste domesticado…creaste lazos, te sentiste impulsado a conocer del tema (de tu zorro) y dejaste tus buenas intenciones a un lado para convivir con ellos, para oírlos quejarse, enojarse, pegarse o mantenerse callados…el tiempo que has perdido con tus ROSAS es lo que las hace tan importantes.
-Así es- dijo el terapeuta-. Es hora de despedirnos y decir adiós, sobre todo, es momento de decir gracias porque estuviste ahí mi querido zorro, porque <<Todas las personas mayores primero fueron niños>> y desde que leí de ti, quise encontrar al zorro que traía escondido y agradecerte después de tantos años tus secretos tan sencillos:
«Lo esencial es invisible para los ojos.
Es el tiempo que has perdido con tu rosa lo que la hace tan importante.
Eres ahora responsable para siempre de cuanto has domesticado.»
Y el terapeuta volvió donde estaba su zorro.
-Adiós- le dijo.
-Adiós- repuso el zorro.
Y TÚ ¿YA ENCONTRASTE A TU ZORRO?
Relato libre basado en la novela:
«El Principito» de Antoine De Saint-Exupery, Ed. Latinoamericana, México 1998.
Psic. Omar Arispe Peláez
Psicoterapeuta interesado en temas del espectro autista desde hace 15 años. Hoy coordinador de un proyecto emprendedor para adultos con TEA llamado El Espacio Azul.
Ced. Profesional 4104309
Contáctame:
WhatsApp: 55-28-20-05-01
Email: psic_omarispe@hotmail.com
Conoce mis servicios en:
https://drive.google.com/file/d/1OVe8VJr7yGzWCxVqVADjyWqVKYMXZ8za/view?usp=sharing