Por: María Angelina Silvyera Baquedano
Todos los seres vivos se han especializado y han evolucionado de algún modo para combatir los embates de su entorno, algunos desarrollan garras o colmillos más filosos, otros fortalecen su coraza o mejoraron la calidad y abundancia de su pelaje, otros tantos han agudizado sus sentidos, todo ello con la única finalidad de sobrevivir. El ser humano ha evolucionado y ha destacado por su intelecto y la manera en la que lo usa, de este modo su adaptación al entorno ha sido más cultural y social que anatómica, sin embargo, dentro de este conocimiento epistemológico, han quedado algunas lagunas que nos han hecho caer en errores morales o errores de conocimiento, que nos llevan a ignorar algún dato de la realidad y por ende creer que nuestro juicio es único e irrefutable. Y es en esta situación específica en la que pensamos que por ser mujeres tenemos que ser aguerridas, poderosas, omnipotentes y omnipresentes para satisfacer estándares preimpuestos y reforzados a lo largo de un centenar de años.
En este punto, las mujeres que han desempeñado o desempeñan a diario el trabajo de cuidados, se han sentido rebasadas y entonces consideran que no son aptas o no están haciendo lo suficiente; es por ello que acceder a un entrenamiento y acompañamiento en educación psicoemocional es crucial, mismo que idealmente debería ser provisto por el Estado de manera gratuita y oportuna, ya que de lo contrario nos arriesgamos a caer en una secuencia de ideas que nos acercan rápidamente a una crisis emocional. Por ejemplo: ¿Alguna vez has tenido pensamientos o sentimientos como estos?:,
“Me siento agotada, no aguanto más. Siento que no me rinde para nada el día, empiezo a hacer una cosa y cuando veo ya hice tres más, pero no acabé la primera. Me siento agobiada, tengo constantes dolores de cabeza, la espalda me duele, me siento frustrada y a veces me siento culpable por no poderle dar el tiempo de calidad que merecen mis hijos. Estoy teniendo que malabarear y desempeñar actividades, que antes se dividían entre 4 y 5 personas. La limpieza de la casa, mi trabajo que cada vez es más demandante, el cuidado, la asistencia, la higiene, la educación de mis hijos, la cocina, el resto de actividades del hogar y además tengo que gestionar y administrar los tiempos libres de toda la familia. Siento que no puedo más, hay veces que quiero salir corriendo, que no me quiero levantar de la cama, me la paso llorando por los rincones, porque no puedo platicar esto con nadie. A veces me da taquicardia, me duele el pecho, siento el cuerpo pesado. En otras ocasiones como sin control o dejo de comer por varias horas o hasta días. Ya no sé qué hacer, esta situación se me está saliendo de control y es justo ese control que quiero tener el que no estoy sabiendo cómo medir y cómo aplicar a mi día a día. Definitivamente necesito ayuda, pero no sé a dónde acudir”
Actualmente debido al confinamiento que hemos vivido desde hace ya casi dos años, muchas personas, sobre todo mujeres cuidadoras han vivido la historia anteriormente relatada en carne propia. Y como dijo Aarón Beck, en 1995 “La situación por sí misma no determina directamente como nos sentimos; la respuesta emocional está mediada por la percepción de la situación”. Y es que de pronto en nuestra mente se aglomera el futuro, el mundo, mi propia situación, entre otras muchas cosas, y esto nos lleva a generar ciertas conductas y ciertas emociones. Pero es necesario que aprendamos a localizar las distorsiones cognitivas o creencias irracionales que aparecen alrededor de esta situación que estamos viviendo. Un punto importante es reconocer que lo que pienso y lo que siento no necesariamente debe de ser idéntico a la realidad misma, puede que esté saboteado por interpretaciones de la realidad, que a su vez tienen que ver con nuestros procesos cognitivos, que no son y nunca serán parecidos a los de cualquier otra persona.
Ahora bien, tenemos que aprender a reconocer que nuestras creencias al auto asignarnos el rol de cabeza de familia, cuidadora o líder de la manada, son sólo hipótesis y que ellas, deben comprobarse o modificarse para poder llegar a una línea más cercana a la realidad, esto quiere decir que tenemos que analizar la situación y determinar si es externa, si es interna, si es una sensación física o fisiológica o si únicamente corresponde a nuestra imaginación. Y a partir de ahí, poder reconocer nuestros pensamientos automáticos y darles una connotación que nos ayude a conectar más con la realidad. Recordemos que el pensamiento genera emoción y no al revés, tenemos que tener la posibilidad de catalogar nuestras distorsiones cognitivas como errores del pensamiento y que nos hacen caer en reacciones fisiológicas, emotivas, conductuales y dejarlas como lo que son:
Supuestos y creencias que tenemos muy arraigadas sobre nosotros mismos, sobre los otros y sobre el mundo. A partir de ahí podemos ir eligiendo nuestras batallas, podemos ir desmenuzando nuestra situación y organizando a qué le damos mayor peso y qué dejamos de priorizar y de permitir que nos controle.
En conclusión, cuando acudimos a un círculo de apoyo o contención o a una terapia, compartimos con nuestra tribu sea virtual o presencial, nuestras inquietudes, lo ideal es ir reduciendo la serie de síntomas y signos que ilustramos en los primeros párrafos, para a partir de ahí poder localizar, verbalizar y modificar aquellas ideas que nos resultan disfuncionales y que nos llevan a un estado anímico perjudicial para nuestra salud. La psicoeducación, siempre tendrá mira a largo plazo. Idealmente como lo mencionamos debemos de acompañarnos por un especialista o por una alianza terapéutica que nos ayude a identificar la problemática y a partir de ahí poder establecer los objetivos en orden jerárquico que vamos a abordar. Este diseño o plan de tratamiento tiene que ser construido en conjunto, porque muchas veces se diseña unilateralmente cuando el motivo de consulta tiene otra vertiente. Y esto nos va a ayudar también a prevenir las recaídas y no solamente se trata de platicar nuestras inquietudes o nuestros estados de ánimo, sino de obtener las herramientas y estrategias para no volver a caer en esta serie de signos y síntomas y si llegásemos a caer poderlos controlar de una manera saludable y asertiva que nos lleve a tener una mejor calidad de vida.
María Angelina Silveyra Baquedano
Licenciada en Comunicación Humana por la Universidad de las Américas, Maestra en Educación Especial y Necesidades Educativas Especiales por la Universidad de Guanajuato.
Directora y fundadora Educación Especial MAS+ Centro Escolar y Terapéutico A.C.
Actualmente participa en Autismo Ciudad de México.
Ponente y capacitador en varios foros de Educación Especial y participa activamente en el Laboratorio de Investigación de Educación Especial MAS+